Antonio Molina de Hoces, nació en Málaga, el año 1928, en el seno de una familia muy humilde. Pronto tuvo que ponerse a trabajar repartiendo leche con un burro, guardando cochinos, y más tarde de ayudante de camarero en Málaga capital. Deseando salir de aquél panorama oscuro que presentaba la Andalucía de aquél entonces, en cuanto terminó la mili se marchó a Madrid, dándose a conocer en un concurso para noveles, que convocaba Radio España.
Ganó el primer premio y le surgió su primer Contrato para grabar un discoen La Voz de su Amo, por el que le pagaron la cantidad de algo más de cien pesetas. Entre los temas que componían el disco estaban: El macetero y El agua del avellano, que bien pronto se fueron haciendo populares entre el gran público, que escuchaba las emisiones y programas radiofónicos de discos dedicados, y le abrieron las puertas del éxito que siempre había pretendido en la canción.
Ya el año 1952, montó su
propio Espectáculo Así es mi cante, en el que llevaba las mejores figuras de la Copla y el Cante, y con el que abarrotaba Teatros y Plazas de Toros, con su voz prodigiosa y un falsete que prolongaba hasta límites insospechados.
Rodó su primera película, El Pescador de Coplas, con Marujita Díaz, en la que cantaba: Adiós a España, rodada en Rota. Quién no recuerda la escena de la despedida del gran vapor con rumbo a las Américas, y Antonio cantando:Adiós mi España querida/ la tierra donde nací / bonita, alegre y garbosa/como una rosa de Abril. / Aay, Aay, Aay, Voy a morirme de pena viviendo tan lejos de ti.
Tras el éxito de su primera película rodaría: El Cristo de los Faroles, La Hija de Juan Simón, Esa voz es una Mina, Café de Chinitas, Malagueña, y Puente de Coplas, (en el que rivalizaba con Rafael Farina), entre otras muchas películas.
Fue creador de un estilo propio de cantar Copla, basándolo sobre todo en la melodía de su voz cristalina y el portentoso aguante de pecho, que rozaba el minuto en algunas ocasiones. Nos dejó grandes versiones de canciones para los anales de la historia de la Copla: La Estudiantina, Una Paloma Blanca, María de los Remedios, Soy Minero, El Agua del Avellano, La Hija de Juan Simón, El Cristo de los Faroles, Malagueña, Yo quiero ser Matador; y un sin fín de títulos que han sido evocados por muchos de sus admiradores, ya que ha sido uno de los intérpretes más imitados por los buenos aficionados.Ahora que tanto se habla de música fusión y de mezclas en el flamenco y la canción, nos toca escribir sobre una de las primeras figuras que impuso su estilo musical, un poquito de flamenco y más de copla con sabor a Andalucía.Se mantuvo en la cima hasta finales de los sesenta, siempre en olor de multitudes, pero su voz y su extraordinario pecho sucumbieron castigados por tantos excesos y por la entrega que hacía en todas sus actuaciones ante el gran público.
En la actualidad, cuando artistas (a veces en espacios reducidos) exigen grandes cantidades de watios de sonido, monitores, retorno, inalámbrico, etc., que solo hablando se escucha a medio kilómetro; me acuerdo de aquellas figuras como Antonio, El Pinto, Valderrama, y otros, que cantaban en Plazas de Toros, a pulmón abierto, con solo la ayuda de un incipiente micrófono y dos bafles pequeñitos.
Aún no se había inventado el fraude de los Play back. Ahí no había trampa ni cartón. O se tenia voz, o no se escuchaba en los extremos. Y menuda te la armaban si después de haber pagado la entrada, te quedabas a medias. Lo más seguro es que si cobraban, no lo hicieran en metálico.
Antonio Molina, además de un gran artista, fue un gran padre de familia numerosa (casi todas sus hijas e hijos son artistas). Fue también excelente persona, amigo de sus amigos. Cuentan que en su casa de Madrid, siempre estaba la mesa puesta y la cocina funcionando, para las amistades que pasaran por allí como si fuese una fonda.
Un día de Marzo, a punto de entrar la primavera del año olímpico, se fue para siempre Antonio Molina, dejándonos el legado incomparable de su cristalina voz, su sonrisa de niño travieso y sus portentosas facultades para mecer la voz con aquél falsete que por más que lo imiten, nunca se podrá igualar.
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