De nuevo siento ese dolor justo aquí, en el pecho…
un dolor del alma ensangrentada
por la escarcha de las noches tan frías sin ti…
La soledad es mi única compañera, ella es mi guía, ella es mi aurora.
Salir de nuevo a la calle junto a un mar
de lágrimas en el que mis ojos, fríos otoños,
desprenden dolor.
Y al encontrarte ante tanta multitud con rumbo fijo,
ves que no eres nadie, que no tienes nada;
que un día de estos volarás y dejarás de existir y,
desgraciadamente, no quedaste en la memoria de nadie…
que no fuiste ni un mejor amigo,
ni una buena madre, ni una buena esposa…
nada! No soy nada! No quiero acabar con el alma
en un puño por no poder pasar junto a ti,
mi dulce y eterno Alfonso,
el resto de días que me quedan junto a este atónito mar.
Fueron ilusiones, vagas ilusiones,
las que surgieron de una pequeña chispa de cielo
y se apoderaron en mi interior aferrándome en cualquiera
de tus gestos. Y que raro se me hace no verte entre estas
paredes que nos unen…
No verte si quiera sonreír.
Sonríe, tú tienes motivos para hacerlo;
al menos, más que yo.
Son tres años los que te frenan.
Tres años al lado de una persona que, sin siquiera conocerla,
me está matando y junto su efímero rostro
se está llevando lo más eterno que hay
en mi para quemarlo, pedazo a pedazo,
junto a mi vida, junto a mi ilusión.
Y seguir pensando, a cada minuto,
que ella si te recoge en su regazo
y te abraza con el más sutil de sus gestos,
me desgarra la piel a tiras y me enfurece su suerte.
Gélidos inviernos pasan ante mis ojos sólo con mirarte.
Eres pasión muda, eres mi musa latente,
eres la luz de mi camino…
pero esa luz púrpura se atenúa tímida.
Y si ahora lo decido así...
¿por qué no puedo mantener la entereza al verte?
Por qué sonrío vagamente solo al sentirte
dejar ir cuatro palabras sin importancia?
Me apasionan tus labios,
aunque sufran agrietados por la escarcha
originada de la ausencia de dulces besos;
tu forma de mirar, fija, segura;
tus conversaciones a la luz de una débil vela llena de dolor;
tus risas alocadas en mitad de la noche y,
¿por qué no? Tus llantos.
Ojala fuera yo la que pudiera secar tus lágrimas
solo con una sincera sonrisa.
¡Me maldigo! Siempre terminan rodando
por mis mejillas aquellas insólitas lágrimas
que no quisieron ver la luz en su momento.
Casi me falta el aire al respirar,
todo lo aferras tú con tu suave aliento.
Siempre quise perderme en las dulces comisuras
de aquellos remotos labios color pasión
para hacer de ti lo más hermoso que
nunca ha existido en este incontrolable
mundo lleno de gente incompetente.
Pues si así es tu mundo con ella,
y así lo quieres, sucio pájaro;
quédate con tus malditos labios entristecidos p
or el vacío de un amor nunca correspondido.