Cuánto remedio no tenga,
cuánto remedio no tenga,
que te corte un cirujano,
ay, la campanilla y la lengua,
a, e, i, o, u.
Mera cómo se me ponen los pies cuando te recuerda.
Por la garganta me baja un chorro de vino frisco
que va atravesando de parte a parte y de arriba a abajo mi cuerpo.
Mera cómo se me ponen los pies cuando recuerdo
que una vez fuimos andando de Barcelona a tu pueblo.
Tengo callos en las manos y padrastros en los dedos,
y en mi cabeza unas caspas como un plato de fidedos.
Entre tu choza y mi casa hay un moro de silencio,
de ladrillos, de adoquines, de cal, arena y cemento.
Un moro para que nunca lo puedas saltar al pueblo,
que estás dando las vueltas al cerrojo [...].
Que yo sé que tú me quieres, hija mía,
y tú dudas que te quiero.
Y de vieja s' morirá, y nunca podrá saberlo.
Ay, qué alegría y qué pena y qué asco,
quererte como te quiero.
Ayer en la plaza vieja, viuda, no vuelvas a hacerlo, ¿sabes?
Besaste a mi niño, a mi niño, al que es sargento.
Y cómo lo besabas, ay, qué palo yo te doy,
que fue la primera vez que me vi en la frente:
"Los iguales para hoy".
Salí corriendo a mi casa,
tumbé a mi niño en el suelo,
y sin que nadie me viera, como un ladrón al acecho,
con mis botas de soldao aplastó mi pata tu beso.
Mera, pase lo que pase,
aunque se honda el fermaminto,
aunque la tierra se abra como en la pelicula de San Francisco,
y nuestro nombre lo pisoteen los camellos,
vete corriendo a tu casa, que yo me voy pa mi pueblo.
Ay, qué alegría y que pena,
que sea uno tan embustero.
Quita el pringue y da alegría,
dicen que el agua caliente
quita el pringue y da alegría.
Y un cepillo te compraste
para lavarte los dientes
y nunca te los lavaste.